jueves, 25 de junio de 2009

Empieza un debate interesante


¿Educar no es cosa de hombres?

Por Sergio Sinay

Al eliminar el cupo obligatorio de docentes varones (uno cada tres mujeres en las escuelas primarias) el gobierno porteño acaba de ejercer, aparentemente, un acto de equidad. Al parecer, un varón necesitaba menos puntaje que una mujer para estar al frente de un grado. Ahora, dicen los funcionarios, habrá que buscar otros (mejores) incentivos para que los hombres aspiren a ser maestros. Intuyo que, mientras tanto, habrá cada vez menos maestros varones. Y mientras los "nuevos incentivos" no existan (¿era difícil preverlos antes de actuar?) la disposición, que se propone como equitativa respecto de los géneros, será, por sus efectos, una medida machista.

Los modelos y prejuicios sobre lo "masculino" y lo "femenino" instalaron la creencia de que las mujeres saben y entienden sobre crianza, educación, salud, emociones y sentimientos, mientras los varones conocen cómo hacer funcionar el mundo externo y público, deciden y actúan. En ese marco ideológico (aun hegemónico pese a algunas modificaciones cosméticas en los discursos), ser docente es cosa de mujeres. Y como toda actividad "femenina", en la escala social figura entre las peores pagas y menos consideradas. La decisión del gobierno porteño (más allá de sus intenciones) contribuirá, en mi opinión, a reforzar esta realidad.

Hay una consecuencia menos visible y cuantificable, pro grave. Muchas de las primeras heridas emocionales que un varón recibe durante su evolución y que contribuyen a que se desarrolle dentro de un modelo de cerrazón y corazas afectivas, de parquedad expresiva en cuanto a sentimientos y emociones, las sufre en la escuela primaria. Las figuras y presencias más cercanas son femeninas (en la casa y en la escuela). La escuela es, en los hechos, un ámbito "femenino". Como bien apuntan Dan Kindlon y Michael Thompson en su libro Educando a Caín, el varón en la escuela se siente "una espina entre rosas". Características propias de su género (actividad, impulsividad, maduración intelectual más lenta) son motivo de censura. Pregunten a las maestras y escucharán que "los varones son terribles". El parámetro de buena conducta es el de las nenas. ¿Son terribles o son diferentes? Y sin son diferentes, ¿no es mejor estimular la presencia de maestros de su mismo sexo, avispados acerca de esta diferencia, para que el varoncito mame modelos masculinos presentes en el acto de aprender, de formarse, de socializarse? ¿No es buno para las nenas ver que los hombres también educan y cuidan? Echar a los maestros varones para adoptar una medida de género "progresista" es contribuir, creo, a que los varones se sientan, desde chicos, ajenos al enseñar, al criar, al cuidar. Si no hay maestros varones, será porque "eso" (y lo que hacen las maestras) es cosa de mujeres. La escuela, en fin, será cosa de mujeres. Y los negocios, el deporte, la guerra, la política, cosa de hombres. Más de lo mismo, en fin. El gobierno que tomó esta medida (que puede ser correcta, pero que no parece haber contemplado ni efectos ni alternativas posibles) tiene, en cargos de real importancia, apenas dos mujeres. ¿No habría que igualar también allí?

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