lunes, 30 de agosto de 2010

Sin rumbo

Injusto como la injusta vida que le tocó en la feria. Así es el país. Y lo siente en esas duras manos que vieron la luz en esa paradoja que es Resistencia. Resistencia de los que resisten. Como él. Pero -sabe- la mayoría se resigna. Como sus compañeros del cotidiano que empieza con el sol abriendo y termina cuando cierra en la noche negra y fría.Dice el INDEC -ese abstracto de cifras gélidas y mentirosas- que el desempleo bajó un punto desde el año pasado a éste. Del 8,8 al 7,9 por ciento en todo el país. Números que tienen la justicia del país. Y de las estadísticas. Esas que aseguran que si hay tres manzanas y tres personas comerán una cada una. Y el promedio salva las conciencias. Aunque uno se haya comido las tres y a los dos restantes les chille la panza de hambre.En Resistencia -donde él resiste- el desempleo subió del 2,2 al 4,2 por ciento. Es decir, casi se duplicó. Y a él le quieren hacer creer los que sacan cuentas en un escritorio allá, lejos, en el ombligo del país, que todo mejora. Que su mesa vacía es una sensación de mesa vacía.Hace mucho que dejó de sentir en el cuerpo esa organización irrazonada que da el trabajo. El trabajo seguro, ése que levanta a la mañana, acuesta cansado a la noche y da de comer todos los días. Casi sin sobresaltos.Siente que perdió el rumbo. Que ya no recuerda el sonido agudo del silbato. Ese que convocaba al trabajo como a una fiesta que ya no es. La vida tenía horarios y su propio camino tenía un rumbo establecido. Llegar pedaleando durante cuadras y cuadras. Saludar al compañero como quien saluda a ese otro que aparece como el reflejo de sí mismo ante el espejo. Meterse de lleno en ese ritmo cotidiano que ya se perdió. Que ya no es. Las huellas de su memoria se ubican hoy exclusivamente en la mesa vacía. Con la culpa que es una mochila eterna y pesada que le duele hasta las tripas como si fuera una cuchillada que no cesa. Esa culpa de no pertenecer. De no saciar el hambre y la sed de su cría.Por las noches se encuentra pidiéndole a ese diosito en el que ya no sabe si cree. Y le dice palabras que le salen a borbotones. Parecidas a ese grito de Juan Gelman, desgarrado poema de los nadies, cuando decía desde los cielos bájate, que me muero de hambre en esta esquina, que no sé de qué sirve haber nacido, que me miro las manos rechazadas, que no hay trabajo, no hay, bájate un poco, contempla esto que soy, este zapato roto, esta angustia, este estómago vacío, esta ciudad sin pan para mis dientes.La vida no es un camino recto. Está lleno de hondonadas imperfectas. Los días felices en los que las cosas alcanzaban son parte de un ayer hundido en estadísticas oscuras que lo dejaron afuera irremediablemente. Esos días fueron desplazados. Hundidos. Exterminados. Asesinados por un sistema atroz que ralea sin regreso.El Indec miente, pero cuenta y desnuda su propia mirada del mapa del desempleo. Anuncia que bajó del 8,8 al 7,9 por ciento entre un año y otro. Un millón 300 mil personas están sin trabajo y un millón 600 mil están subocupados, recuerda. País desigual éste. Porque el desempleo bajó donde llega la mano del dios que atiende en la oficina central del país. Más allá a nadie le importa.Aunque bajó y anuncian que bajó con cara de alegría en el interior profundo, en el país olvidado, el empleo se destruyó como el cristal tras la pedrada. En Resistencia -donde él resiste- casi se duplicó. En Posadas subió el 3,7 al 4,7%, en Catamarca del 8,4 al 8,9%, en Jujuy y Palpalá del 6,8 al 7,1%, en Salta del 10,1 al 10,6%, en Santiago del Estero del 4,7 al 6,2%, en Concordia del 6,5 al 10,5%. Y para qué seguir. Porque se habla de décimas, de puntos, y parecen líneas delgadas en un gráfico que él no entiende. Pero son gente, mucha gente, centenares de miles de gentes. Que llenarían estadios y plazas y manifestaciones silenciosas de cuadras y cuadras.El siente que le mienten. Que el país no es federal ni es justo ni es para todos. Que a él, por lo menos, suele darle vuelta la cara. Especialmente cuando sale por las mañanas recién amanecidas a patear la changa. Dicen que vendrá un día en que los sueños crecerán al alba y se harán ciertos a mediodía. Espera ese amanecer cada amanecer. Y el día en que suceda, pateará con fuerza un tacho de basura y mirará al cielo. Para ver llover la suerte y que les moje a todos, a todos, las manos de una vez.
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