viernes, 24 de julio de 2009

Despues de leer esto me explico un montón de cosas,

¡¡Que buen texto compañera Mariela!!A mi me pasa esto mismo , y encima en la PC tampoco tiro nada,es así como guardo millones de artículos textos imágenes que quizás nunca vuelva a usar, pero me siento un poco aliviado, por que pense que era una manía propia,¡¡¡Qué alivio!!!
POR QUE TODAVÍA NO ME COMPRÉ UN DVD? PORQUE SOY UN COMUNISTA AMARRETE...
Por Eduardo Galeano

Lo que me pasa es que no consigo andar por el mundo tirando cosas y
cambiándolas por el modelo siguiente sólo porque a alguien se le
ocurre agregarle una función o achicarlo un poco.

No hace tanto con mi mujer lavábamos los pañales de los críos. Los
colgábamos en la cuerda junto a otra ropita; los planchábamos, los
doblábamos y los preparábamos para que los volvieran a ensuciar. Y
ellos, nuestros nenes, apenas crecieron y tuvieron sus propios hijos
se encargaron de tirar todo por la borda (incluyendo los pañales). ¡Se
entregaron inescrupulosamente a los desechables!

Si, ya lo sé. A nuestra generación siempre le costó tirar. ¡Ni los
desechos nos resultaron muy desechables! Y así anduvimos por las
calles guardando los mocos en el bolsillo y las grasas en los
repasadores. Y nuestras hermanas y novias se las arreglaban como
podían con algodones para enfrentar mes a mes su fertilidad.

¡Nooo! Yo no digo que eso era mejor. Lo que digo es que en algún
momento me distraje, me caí del mundo y ahora no sé por dónde se
entra. Lo más probable es que lo de ahora esté bien, eso no lo
discuto. Lo que pasa es que no consigo cambiar el equipo de música una
vez por año, el celular cada tres meses o el monitor de la computadora
todas las navidades.
¡Guardo los vasos desechables!
¡Lavo los guantes de látex que eran para usar una sola vez! ¡Apilo
como un viejo ridículo las bandejitas de espuma plástica de los
pollos! ¡Los cubiertos de plástico conviven con los de acero
inoxidable en el cajón de los cubiertos!

Es que vengo de un tiempo en el que las cosas se compraban para toda
la vida. ¡Es más! ¡Se compraban para la vida de los que venían
después! La gente heredaba relojes de pared, juegos de copas,
fiambreras de tejido y hasta palanganas y escupideras de loza. Y
resulta que en nuestro no tan largo matrimonio, hemos tenido más
cocinas que las que había en todo el barrio en mi infancia y hemos
cambiado de heladera tres veces.

¡Nos están fastidiando! ¡¡Yo los descubrí. Lo hacen adrede!! Todo se
rompe, se gasta, se oxida, se quiebra o se consume al poco tiempo para
que tengamos que cambiarlo. Nada se repara. Lo obsoleto es de fábrica.

¿Dónde están los zapateros arreglando las medias suelas de las Nike?
¿Alguien ha visto a algún colchonero escardando sommiers casa por
casa? ¿Quién arregla los cuchillos eléctricos? ¿El afilador o el
electricista? ¿Habrá teflón para los hojalateros o asientos de aviones
para los talabarteros?

Todo se tira, todo se desecha y mientras tanto producimos más y más
basura. El otro día leí que se produjo más basura en los últimos 40
años que en toda la historia de la humanidad. El que tenga menos de 40
años no va a creer esto: ¡¡Cuando yo era niño por mi casa no pasaba el
basurero!! ¡¡Lo juro!! ¡Y tengo menos de........... . años! Todos los
desechos eran orgánicos e iban a parar al gallinero, a los patos o a
los conejos (y no estoy hablando del siglo XVII). No existía el
plástico ni el nylon. La goma sólo la veíamos en las ruedas de los
autos y las que no estaban rodando las quemábamos en San Juan. Los
pocos desechos que no se comían los animales, servían de abono o se
quemaban.

De por ahí vengo yo. Y no es que haya sido mejor.
Es que no es fácil para un pobre tipo al que educaron en el 'guarde y
guarde que alguna vez puede servir para algo' pasarse al 'compre y
tire que ya se viene el modelo nuevo'.

Mi cabeza no resiste tanto. Ahora mis parientes y los hijos de mis
amigos no sólo cambian de celular una vez por semana, sino que además
cambian el número, la dirección electrónica y hasta la dirección real.
Y a mí me prepararon para vivir con el mismo número, la misma mujer,
la misma casa y el mismo nombre (y vaya si era un nombre como para
cambiarlo)

Me educaron para guardar todo. ¡¡¡Toooodo!!! Lo que servía y lo que
no. Porque algún día las cosas podían volver a servir. Le dábamos
crédito a todo.
Si, ya lo sé, tuvimos un gran problema: nunca nos explicaron qué cosas
nos podían servir y qué cosas no. Y en el afán de guardar(porque
éramos de hacer caso) guardamos hasta el ombligo de nuestro primer
hijo, el diente del segundo, las carpetas del jardín de infantes y no
sé cómo no guardamos la primera caquita. ¿Cómo quieren que entienda a
esa gente que se desprende de su celular a los pocos meses de
comprarlo?

En casa teníamos un mueble con cuatro cajones. El primer cajón era
para los manteles y los repasadores, el segundo para los cubiertos y
el tercero y el cuarto para todo lo que no fuera mantel ni cubierto. Y
guardábamos. ¡¡Como guardábamos!! ¡¡Tooooodo lo guardábamos!!
¡Guardábamos las chapitas de los refrescos! ¡¿Cómo para qué?! Hacíamos
limpia-calzados para poner delante de la puerta para quitarnos el
barro. Dobladas y enganchadas a una piola se convertían en cortinas
para los bares. Al terminar las clases le sacábamos el corcho, las
martillábamos y las clavábamos en una tablita para hacer los
instrumentos para la fiesta de fin de año de la escuela. ¡Tooodo
guardábamos!

Las cosas que usábamos: mantillas de faroles, ruleros, ondulines y
agujas de primus. Y las cosas que nunca usaríamos. Botones que perdían
a sus camisas y carreteles que se quedaban sin hilo se iban
amontonando en el tercer y en el cuarto cajón. Partes de lapiceras que
algún día podíamos volver a precisar. Tubitos de plástico sin la
tinta, tubitos de tinta sin el plástico, capuchones sin la lapicera,
lapiceras sin el capuchón. Encendedores sin gas o encendedores que
perdían el resorte. Resortes que perdían a su encendedor. Cuando el
mundo se exprimía el cerebro para inventar encendedores que se tiraban
al terminar su ciclo, inventábamos la recarga de los encendedores
descartables. Y las Gillette -hasta partidas a la mitad- se convertían
en sacapuntas por todo el ciclo escolar. Y nuestros cajones guardaban
las llavecitas de las latas de sardinas o del corned beef, por las
dudas que alguna lata viniera sin su llave.
¡Y las pilas! Las pilas de las primeras Spica pasaban del congelador
al techo de la casa. Porque no sabíamos bien si había que darles calor
o frío para que vivieran un poco más. No nos resignábamos a que se
terminara su vida útil, no podíamos creer que algo viviera menos que
un jazmín.
Las cosas no eran desechables. Eran guardables..
¡¡Los diarios!! Servían para todo: para hacer plantillas para las
botas de goma, para poner en el piso los días de lluvia y por sobre
todas las cosas para envolver!!. ¡Las veces que nos enterábamos de
algún resultado leyendo el diario pegado al trozo de carne!
Y guardábamos el papel plateado de los chocolates y de los cigarros
para hacer guías de pinitos de navidad y las páginas del almanaque
para hacer cuadros y los cuentagotas de los remedios por si algún
medicamento no traía el cuentagotas y los fósforos usados porque
podíamos prender una hornalla de la Volcán desde la otra que estaba
prendida y las cajas de zapatos que se convirtieron en los primeros
álbumes de fotos. Y las cajas de cigarros Richmond se volvían
cinturones y posa-mates y los frasquitos de las inyecciones con
tapitas de goma se amontonaban vaya a saber con qué intención, y los
mazos de naipes se reutilizaban aunque faltara alguna, con la
inscripción a mano en una sota de espada que decía 'este es un 4 de
bastos'.
Los cajones guardaban pedazos izquierdos de palillos de ropa (broches)
y el ganchito de metal. Al tiempo albergaban sólo pedazos derechos que
esperaban a su otra mitad para convertirse otra vez en un palillo.

Yo sé lo que nos pasaba: nos costaba mucho declarar la muerte de
nuestros objetos. Así como hoy las nuevas generaciones deciden
'matarlos' apenas aparentan dejar de servir, aquellos tiempos eran de
no declarar muerto a nada. Ni a Walt Disney.

Y cuando nos vendieron helados en copitas cuya tapa se convertía en
base y nos dijeron: 'Cómase el helado y después tire la copita',
nosotros dijimos que sí, pero, ¡minga que la íbamos a tirar! Las
pusimos a vivir en el estante de los vasos y de las copas.
Las latas de arvejas y de duraznos se volvieron macetas y hasta
teléfonos. Las primeras botellas de plástico se transformaron en
adornos de dudosa belleza. Las hueveras se convirtieron en depósitos
de acuarelas, las tapas de bollones en ceniceros, las primeras latas
de cerveza en portalápices y los corchos esperaron encontrarse con una
botella.

Y me muerdo para no hacer un paralelo entre los valores que se
desechan y los que preservábamos.
Ah¡ No lo voy a hacer!
Me muero por decir que hoy no sólo los electrodomésticos son
desechables; que también el matrimonio y hasta la amistad es
descartable.
Pero no cometeré la imprudencia de comparar objetos con personas.

Me muerdo para no hablar de la identidad que se va perdiendo, de la
memoria colectiva que se va tirando, del pasado efímero. No lo voy a
hacer.
No voy a mezclar los temas, no voy a decir que a lo perenne lo han
vuelto caduco y a lo caduco lo hicieron perenne.
No voy a decir que a los ancianos se les declara la muerte apenas
empiezan a fallar en sus funciones, que los cónyuges se cambian por
modelos más nuevos, que a las personas que les falta alguna función se
les discrimina o que valoran más a los lindos, con brillo y glamour.
Esto sólo es una crónica que habla de pañales y de celulares.
De lo contrario, si mezcláramos las cosas, tendría que plantearme
seriamente entregar a la bruja como parte de pago de una señora con
menos kilómetros y alguna función nueva.
Pero yo soy lento para transitar este mundo de la reposición y corro
el riesgo de que la bruja me gane de mano y sea yo el entregado.
Hasta aquí.
Eduardo Galeano

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